Escogedoras de café y el arte de denuncia en Alba Calderón de Gil
En el Ecuador del siglo XX, la década del 30 se postula como uno de los momentos de mayor efervescencia cultural y política del arte en Guayaquil, desde las posibilidades estéticas en el entorno social hasta el papel de los artistas en la intervención pública. El planeta sucumbía ante el ascenso del nazismo en Alemania, los rezagos de la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil Española, el triunfo de la Revolución Rusa en 1917. En América Latina en cambio, en 1910 triunfaba la Revolución Mexicana, lucha de carácter agrarista frente a la decadencia del sistema capitalista internacional, lo que demandaba la movilización y el pronunciamiento de artistas, intelectuales y estudiantes universitarios ante los hechos que suscitaban conmoción en un Guayaquil que estaba en tránsito a la modernidad. La ciudad puerto que recibía toda una carga política y estética de Europa, así como de otros países del continente latinoamericano.
Hay un hecho que determina una línea transversal en la
producción estética de los artistas de la década del 30: la matanza del 15 de
noviembre de 1922 en las calles de Guayaquil, donde cientos de obreros fueron asesinados
a punta de metralla y abierto sus barrigas para que sus cuerpos sean lanzados
en las aguas del río Guayas. Este hecho que se denominó como el primer baño de
sangre del proletariado ecuatoriano, determinaría el papel de recuperación
simbólica y estética del papel de la subalternidad en nuestra historia, de las
luchas sociales, de aquel pueblo excluido. Estos hechos rompen con las
estructuras academicistas ancladas en la experiencia decimonónica europea y
plantea una visibilización de los sectores alejados de la historia oficial, del
poder, de los procesos de creación. Y los artistas, entre pintoras, poetas,
escultores, novelistas construyeron parte de su identidad estética a partir de
la recuperación de la memoria histórica del pueblo, de reivindicar lo popular
en el arte y reflejar las luchas cotidianas de los subalternos, influenciándose
por el naciente proletariado ecuatoriano, montuvios y cholos en costa y las comunidades
indígenas de la sierra.
La obra de Alba Calderón de Gil (Esmeraldas, 27 de julio de 1908 - Guayaquil,
1992), pintora esmeraldeña radicada en Guayaquil, es parte de las figuras
femeninas más destacadas del arte y del movimiento comunista en Ecuador y Latinoamérica. Su obra pictórica recupera la cotidianidad
agraria de la costa y sus gentes, frente a las adversidades de la pobreza y la
explotación diaria de los trabajadores.
Las escogedoras
Escogedoras de café, obra de 1939, retrata el trabajo
colectivo, casi familiar, de los montuvios en una plantación de café de la
costa ecuatoriana bajo el dominio del capataz que con machete al cinto controla
la jornada donde se impone un momento de apuro entre trabajadores hombres y
mujeres que mantienen diferentes responsabilidades; donde las mujeres asumen la
dura responsabilidad de separar granos y embolsar, mientras que los hombres se
dedican a cargan sacos.
En la obra de Alba, el color adquiere un fuerte predominio
como recurso expresivo, plantea una atmosfera en tonalidades pasteles y
tropicales verdosos como recurso simbólico. Interioriza el relato del trajinar
laboral y profundiza sus contradicciones desde una carga emotiva física
subjetiva que sea crea en el espectador.
Está clara en su narrativa, la influencia del realismo
socialista y el indigenismo, donde apuesta visibilizar la explotación de los
montuvios, de los sectores subalternos y coloca la denuncia como factor clave
de su propuesta para irrumpir socialmente, desde la descripción de la vida
compleja del pueblo y su duro trajinar en una ciudad puerto que se abre la
economía internacional capitalista y que enfrenta contradicciones urbano
rurales, donde el recurso político y estético se unifican y entra en
contradicción con la norma hegemónica[1]
imperante, haciendo que el arte deba de convertirse
en una parte de la causa general del proletariado.[2]
La insurgencia en lo simbólico
La obra de Alba configura desde su sentido estético la
interpretación de la cotidianidad de la realidad. Establece un ideario desde la
estética marxista, abre una dimensión de la fuerza colectiva del trabajo y de
la explotación, enfrentándonos con el dolor y el sufrimiento del pueblo que
rompe con el tradicionalismo decorativo y conservador de la plástica. Su
propuesta pictórica es provocante, rebusca en lo más íntimo de las trabajadoras
en el trajinar de su labor diaria seleccionando el grano de café, sin llegar a
la necesidad de subordinar el sentido estético de la obra a la política, pero
siendo su objetivo la influencia ideológica, llevando al espectador a ser un
elemento activo del concepto de la obra, como excepción de su entorno artístico
y romper la “tradición” que como afirma John Berger “reduce todo a la igualdad de los objetos”.[3]
El compromiso estéticamente político en la obra de Alba es
prioritario en su obra desde un lenguaje propio y de clase, dentro de un
periodo de madurez del arte ecuatoriano cuya generación animados por la
influencia de la revolución mexicana y soviética, abrazaron el marxismo para
enfrentarse desde lo simbólico y la representación estética ante el contexto de
explotación capitalista en la primera mitad del siglo XX.
[1] Fredric Jameson, El posmodernismo como lógica cultural del
capitalismo tardío, “La deconstrucción de la expresión”, Buenos Aires: Imago
Mundi, 1991, pp.10.
[2] Vladimir Lenin, La
organización del Partido y la literatura del Partido, en Obras Completas, tomo
X, 1905. Pag, 38.
[3] John Berger, Modos de ver, Barcelona: Gustavo Gili, 2000. Pag. 48.
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